Esta semana con motivo del lanzamiento de mi último libro “El gran libro de Lucía mi pediatra” he hecho infinidad de entrevistas para todos los medios y entre las preguntas estrella está la de: ¿Qué consecuencias puede traer el confinamiento en la población infantil?

Durante estas semanas hemos sido testigo tanto mis compañeros pediatras como las psicólogas con las que tengo el placer de trabajar en Centro Creciendo de este tipo de consecuencias con numerosos casos de niños y adolescentes que consultan por miedo, por ansiedad, por intensas y desproporcionadas rabietas y por trastornos del sueño. Y no es casualidad, las consultas de los 10 psicólogos que constituyen la Unidad de Salud Mental del Centro están la 100%.

Según un reciente informe de Save the Children, hasta uno de cada cuatro niños sufre ansiedad a causa del confinamiento.

Sí, indudablemente estamos observando el impacto que esta pandemia está dejando en la infancia.

Además desde UNICEF acabamos de lanzar un interesantísimo informe sobre Salud Mental en niños y adolescentes que os recomiendo leer porque nos abre los ojos hacia una realidad muy real y muy presente y muy sufrida en miles de hogares en nuestro país. Aquí os lo dejo.

Cuando hablamos de secuelas y consecuencias del confinamiento y niños necesariamente debemos hacer dos distinciones:

  1. Los que tienen y han tenido la suerte de vivir este confinamiento en un entorno amable y sentido, con unos padres emocionalmente estables quienes a pesar de las circunstancias han garantizado las necesidades básicas de los niños: calor de hogar, cuidados y amor.

     2. Niños y jóvenes en situación de vulnerabilidad:

  • Los que están en riesgo de exclusión social y que no han tenido los medios para seguir las clases online o se les ha privado del comedor escolar, en algunos casos la única comida que hacían al día de forma equilibrada.
  • Víctimas de violencia doméstica de los que poco se habla pero que constituye un problema muy real y muy presente en nuestro país y para los que la ausencia de colegio y el confinamiento ha supuesto una verdadera tortura.
  • Niños y jóvenes con necesidades especiales a los que de la noche a la mañana se les ha interrumpido sus terapias de atención temprana o sus centros de día suponiendo un retroceso importante en su evolución y una sobrecarga inasumible para muchas familias.

 

Y aquí hablo con conocimiento de causa porque tanto en nuestra Unidad de Atención Temprana Creciendo como en nuestro Hospital de Día para jóvenes con problemas o trastornos mentales, hemos asistido impotentes a la frustración de las familias al tener que explicarles que no podían seguir viniendo hasta nueva orden… En este grupo de pacientes se encuentran los Trastornos del Espectro Autista, los retrasos generalizados del desarrollo, los trastornos de conducta alimentaria como la anorexia nerviosa, los trastornos obsesivos compulsivos, los trastornos de conducta… un sin fin de niños y jóvenes que como tabla de salvación para llevar una vida más amable, necesitan y necesitaban sus terapias diarias.

Como podéis imaginar el impacto en unos y en otros no tiene nada que ver.

Invirtamos toda nuestra energía y recursos en garantizar el bienestar de todos ellos empezando por los que lo han tenido mucho más difícil.

Mis hijos que pertenecen a ese primer grupo ¿han podido tener síntomas de ansiedad, de miedo, han abusado de las pantallas, se han descontrolado en sus rutinas de sueño, han tenido más peleas entre hermanos? Sí, rotundamente sí.

  • ¿Cuántos muertos ha habido hoy, mamá? – me preguntó mi hija hace unas semanas nada más despertarse.

Sentí una punzada, lo reconozco. Esa inocencia sagrada de la que tanto os he hablado en mis libros, se rompía en pedazos.

Nuestros hijos llevan muchos tiempo escuchando la palabra muerte cada día…

Y aunque creemos que no nos escuchan, lo hacen. Aunque creas que viven ajenos a tus horas de insomnio, a tus suspiros y miradas perdidas, a tus lágrimas contenidas mientras haces la cama, lo cierto es que lo captan, lo captan todo…

  • ¿De qué tienes miedo exactamente? – le preguntaba a uno de mis pacientes de 12 años que me decía que no quería salir a la calle, que en casa estaba muy a gusto.
  • Yo no tengo miedo, la que tiene miedo es mi madre. Y si ella tiene miedo ¿por algo será no? Pues eso, que mejor nos quedamos todos en casa y ya está. – sentenció.

Este es el razonamiento de un chaval de 12 años que en realidad sí tenía miedo, aunque le costaba reconocerlo e identificarlo.

De hecho, el motivo de consulta no fue el miedo, sino que consultaba por dolor en el tórax, opresivo, típico de las crisis de ansiedad a estas edades.

  • Le duele el pecho desde hace días ¿no será el coronavirus ese, no, Lucía? Dime que no es por el amor de Dios– me preguntó su madre sin coger aire.

Tras explorar detenidamente a mi paciente y hablar con él, mis dudas se esfumaron.

Cuando además observé cómo su madre hiperventilaba y se llevaba en varias ocasiones la mano a su propio pecho aflojándose el cuello de la camiseta, lo vi claro.

Ambos tenían miedo. Ambos tenían ansiedad.

Hubiese cogido a esa madre y le hubiese dado un abrazo como en otras ocasiones había hecho con ella, son muchos años ya y una ya sabe leer entre líneas. Sin embargo, nos tuvimos que conformar con mis manos sobre las suyas, una sonrisa escondida bajo la mascarilla y un:

– Tranquila. Tranquila. Tranquila. Lo solucionaremos.

Suspiró profundamente y dejó de hiperventilar.

  • El poder de la palabra, el poder de la caricia, el poder de la sonrisa a través de la mirada.- pensé

Ahora mismo ambos reciben terapia con mis colegas las psicólogas a pesar de que tuvimos que convencer al niño de que eso era lo que necesitaba.

  • ¿Pero eso mismo no me lo puedes hacer tú? – me dijo mi paciente cuando le presenté a mi colega la psicóloga.
  • No, cariño. Yo estoy y estaré aquí siempre que me necesites y por supuesto que te voy a ayudar, pero ella es la especialista y logrará quitarte no solamente ese dolor en el pecho que tienes cuando sales a la calle, si no los dolores de barriga que te impiden comer desde hace unos días y los calores estos que me comentas que no te dejan respirar y que no es porque estemos entrando en verano, no. Todo esto se llama ansiedad y lo vamos a solucionar, ya lo verás.

Resopló resignado, pero aceptó empezar terapia.

  • Bueno, pero vengo una vez y si no me gusta no vuelvo. – amenazó.
  • Trato hecho.- le dije convencida de que volvería.

Así que ¿qué os puedo decir en estos momentos en los que seguimos moviéndonos en arenas movedizas?

 

Que debemos empezar a recuperar poco a poco nuestras vidas. Que debemos salir a pasear a diario con nuestros hijos. Que debemos dejar de hablar de muertes y de ucis delante de nuestros hijos.

Que es momento de echar el resto, de hacerlo por ellos y con ellos, de la mano. Que no hay problema con quedar con algún amigo a jugar, pero quizá no sea el momento aun de celebrar un cumple con 20 personas más.

Que el paseo con amigos cada uno con su mascarilla ahora mismo es más prudente que sentarnos a comer alrededor de una mesa con 15 amigos.

Que podemos sentarnos en una terracita a disfrutar del aperitivo, claro que sí, hazlo con tus hijos, desconecta, haced planes, soñad, reíros, compartid momentos divertidos lejos de este virus que tanto nos ha quitado.

Que si tu hijo es pequeñito y no lleva mascarilla por su edad y condición, no te agobies, no te frustres, pasea igualmente, juega con él, corre, baila… ¿Qué tu hijo se junta en la plaza con otro niño de su edad y juegan juntos? Pues que jueguen, son dos niños corriendo tras un balón, no 22 haciendo botellón.

 

Tira de sentido común, disfruta del aire libre, de la familia, de los paseos, de esa cervecita al sol con tu pareja…

 

Piensa en todo lo que aun podemos hacer y lo que haremos dentro de muy poco y deja de pensar en lo que aún no está permitido.

Pero sobre todo vive. Celebra la vida y sigue avanzando que ahora sí… #Ya QuedaMenos

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