Durante un tiempo de mi vida lo único que quería era “estar tranquila”. Vivir tranquila, sentir y dormir tranquila.

Porque la tranquilidad está en peligro de extinción en este mundo acelerado en el que vivimos. Nos levantamos corriendo. Nos acostamos mirando el reloj para contar las pocas horas que vamos a dormir. Durante el resto del día, no paramos ni un minuto, ni para comer, ni para ir al aseo, ni siquiera para pensar.

Nos hemos vuelto impacientes, tremendamente impacientes. Disponemos de cualquier tipo de información a golpe de click. Nos pasamos el día “clickeando”…

Pensamos poco.

El otro día fui consciente con mi hijo mayor. Me escribió una amiga pidiéndome los nombres de los sitios que había visitado recientemente en Mallorca. En ese momento, mi hijo estaba conmigo en la cocina haciendo los deberes.

  • Cariño, ¿cómo se llamaba ese pueblo al que fuimos en Mallorca que os gustó tanto? ¿Te acuerdas?
  • No, no me acuerdo, mamá. Búscalo en Google que seguro que aparece.

Cuando estaba a punto de coger el teléfono para buscar un mapa de la zona que visitamos, frené en seco y decidí esperar. Apagué el móvil y le dije:

  • No, cielo, vamos a pensar. A ver… El nombre era muy cortito ¿verdad?
  • Es verdad. Y tenía muchas vocales- contestó él levantando la mirada de su libreta.
  • Eso es. Y era precioso, como de cuentos de hadas. ¿Recuerdas como subimos aquella cuesta interminable y nos sacamos una foto desde lo alto muertos de risa?
  • ¡Me acuerdo! – Contestó mi hijo con un brillo especial en sus ojos y una amplia y limpia sonrisa.

Había conectado no sólo con aquel recuerdo y aquel pueblo, sino con aquella emoción. Y añadió:

  • El nombre empezaba por D y tenía muchas vocales…
  • ¡Lo tengo! – salté sobre la silla – ¡Deiá!
  • ¡Sí, Deiá, mami! – gritó él.

Y los dos empezamos a recordar aquella maravillosa excursión en torno a ese nombre. Pensadlo por un momento: Nada de esto hubiese pasado si hubiésemos buscado el nombre en el móvil…

Vamos con prisas a todos los sitios, fijamos toda nuestra atención en las pantallas y nada en las miradas. Con la cantidad de historias que se encuentran en las miradas…

Me declaro adicta a las miradas.

Y esta prisa se la transmitimos a nuestros hijos, este estrés con el que ya convivimos los adultos empieza a formar parte de la vida de los niños. La semana pasada lo comentábamos en uno de los talleres que impartí en un colegio.

  • ¿Cómo os gustaría terminar el día tras una larga jornada laboral? – les pregunté a los padres que allí había.
  • A mí me gustaría darme un baño de espuma.- contestó una mamá con unas ojeras que delataban largas noches en vela.
  • Pues a mí tumbarme en el sofá a ver un ratito la tele con mi mujer- contestó un papá sonriente, levantando las cejas y mirando al cielo como si estuviese pidiendo un milagro. Cuando nos contó que tenía tres hijos y todos ellos menores de 4 años comprendí que efectivamente su deseo se acercaba a la categoría de “fenómeno paranormal”.
  • A mí me gustaría simplemente estar tranquila, donde sea, pero tranquila: en mi cama leyendo, en el salón con mi marido o tomándome una caña en la terracita de debajo de mi casa- dijo otra simpática mamá.
  • ¡Olé!- se escuchó al fondo – yo también me apunto a la caña.
  • ¡Y yo! – les dije- Bromas aparte – añadí- y si a vosotros os gustaría terminar el día TRAN-QUI-LOS, ¿qué os hace pensar que a vuestros hijos no les gustaría acabar su día así? ¿Qué pasa? ¿Que como son más pequeños sus necesidades son más pequeñas? No. Ellos también quieren y necesitan tranquilidad, especialmente antes de acostarse. No les agobiéis, no les metáis prisa, no les achuchéis con el reloj con el único objetivo de meterlos pronto en la cama para que vosotros podáis desconectar. Regálale a tu hijo un par de horas de tranquilidad antes de dormir. Vamos a ponernos en su lugar: si a mí mi chico me dijese todas las noches: “Venga, Lucía, rápido, baja a cenar, venga, venga que se enfría. ¿Que no te has duchado? Pues mañana sin falta. Venga, date prisa, come, come, come. Termina ya. Venga, venga, venga a la cama corriendo” le diría: “Oye majo, ¿quieres dejarme TRAN-QUI-LA?”

¿O no?

Queremos soluciones rápidas, queremos recetas mágicas, fórmulas milagrosas para todo. Pues siento deciros que no las hay. Nuestros hijos nos ven correr de aquí para allá como pollos sin cabeza. ¡Ya está bien!

Reivindico vivir desde la tranquilidad, educar desde la tranquilidad, sentir desde la tranquilidad.

Últimamente lo practico con frecuencia. En una mañana de trabajo pasan muchos pacientes por mi consulta y en ocasiones voy con retraso, surgen imprevistos, urgencias, problemas inesperados. Se van sumando minutos que repercuten en los últimos de la mañana. Y me estreso. Pero entonces pienso: “Lucía, cuando entren por la puerta ha de parecer que es el primer paciente que ves. Regálale tranquilidad y se le habrá olvidado que ha esperado media hora”. Y esto intento.

Mientras preparaba la conferencia “Educar desde la tranquilidad” pensaba en mis padres. Fueron unos padres tranquilos y serenos. Nada alarmistas ni hipocondríacos. Responsables pero sosegados. Justamente lo que quiero transmitir a mis hijos y por extensión, a mis pacientes.

Intento con todas mis fuerzas explicar a los papás lo que han de vigilar cuando su hijo está enfermo. En esta profesión no se trata sólo de diagnosticar y prescribir un tratamiento. Se trata de ofrecer herramientas y recursos para que los padres no se preocupen en exceso, se trata de que viváis, vivamos todos, nuestra maternidad y paternidad con tranquilidad. Porque estando tranquilos se vive más, se siente más y se disfruta más. En esta conferencia, así como en mi labor diaria, intento trasladar un mensaje de tranquilidad para que los padres no tengan que salir a Urgencias corriendo cada vez que sus hijos tienen fiebre o cogen su primer catarro, para que sepan identificar los signos de alarma, distinguir cuándo es realmente una urgencia o cuándo lo podemos solucionar en casa o esperar unos cuantos días antes de ir al pediatra. También aborda la inteligencia emocional explicando el funcionamiento del cerebro de los niños, que no es como el de los adultos. Por eso, antes de lanzar el grito al cielo hay que entender cómo funcionan sus mentes y cómo van desarrollándose a lo largo de los años para poder ponernos en su lugar. Así sabremos cómo se ponen los límites, cómo gestionar las rabietas y cómo van madurando…

¿Cómo te gustaría que te recordasen tus hijos? ¿Te lo has preguntado alguna vez?

Pues a mí me gustaría que mis hijos me recordasen como una mujer luchadora, optimista, alegre, amorosa, independiente, empática, libre y… tranquila.Tranquilidad

¿A quién no le gusta estar rodeado de gente tranquila, que inspire confianza y serenidad, luz y energía? Y si a ti te gusta ¿qué te hace pensar que a ellos no? Y ahora decidme ¿cómo os gustaría que os recordasen vuestros hijos?

 

 

Si vives en Sevilla el próximo 26 de Noviembre estaré allí impartiendo esta conferencia “Educar en la tranquilidad”. Apto para padres de  niños pequeños (0-8 años) que son los que más necesitan la calma en su día a día. Ideal para embarazadas y futuros papás. “Ojalá a mí me hubiesen dado esta conferencia antes de convertirme en madre” pensé mientras la preparaba. Inscripciones aquí.

Y si eres de Granada, el domingo 27 de Noviembre repetiré la conferencia en el Parque Comercial Kinépolis. Inscripciones aquí.

 

Si eres de otra ciudad no te pierdas la gira que haré en 2017. Toda la información la iré colgando y actualizando aquí. 

 

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