Esta semana vino a la consulta una adolescente con una mochila tan cargada de complejos que tuve que pedirle que se sentara porque no podía ni con su alma.

Tras marear un poco la perdiz hablando del invierno tan caluroso que estábamos teniendo y de lo pesadita que se ponía su hermana pequeña, se le escapó una frase que cacé al vuelo y que me permitió tirar de la manta para descubrir todas sus sombras.

-Total, ¿para qué? Soy la más fea de mis amigas- dijo entre dientes mientras su madre me repetía una y otra vez que no podían continuar así…

“Soy la más fea de mis amigas. Soy la más gorda. Los chicos siempre se fijan más en ellas. Nunca tengo nada divertido que contar”

  • No creo que nunca llegue a ser ni siquiera atractiva- sentenció.

Dicho quede por delante, que a mí personalmente esta niña-mujer me parecía preciosa. Quizá no cumplía con los estereotipos que ella buscaba, pero insisto, no le veía defecto salvo uno: su actitud. Su actitud es lo que realmente le afeaba.

Hablamos largo y tendido… Cuando cogí el coche para volver a casa,descubrí el poso que había dejado en mí esta conversación.

¿Os ha ocurrido alguna vez? Seguro que sí. Mantienes una conversación cualquiera en un momento cualquiera sin darle demasiada importancia, y en un momento de relajación y desconexión, de pronto todas esas palabras vuelven a ti y se reordenan y empiezas a viajar por el tiempo, a recordar, a veces a fantasear.

“No creo que nunca llegue a ser ni siquiera atractiva”- sus palabras retumbaban en mi cabeza.

Hoy cumplo 38 primaveras y 38 inviernos.

Hace un mes mirándome al espejo me encontré una cana.

  • ¡Horror! ¡Una cana! ¿Pero esto qué es? ¿Pero no quedamos en que a las rubias no les salen tan pronto las canas? O al menos esto es lo que se ha ido transmitiendo en mi familia alemana de generación en generación.

Tú tranquila que tanto a tu abuela como a mí la primera cana nos salió a los 50”- si no lo habré escuchado 1000 veces en mi casa, no lo he escuchado ninguna.

Ofuscada fui a ver a Toni de apellido Cañón, mi peluquero. Lo sé, el apellido promete.  Mientras me cortaba las puntas, entre risas, le dije:

  • Querido, ¿qué está pasando aquí que me están saliendo canas?

Tras mirarme con lupa más de 5 minutos, al fin encontró  “LA cana”. Me miró fijamente a través del espejo y me dijo:

  • Olvídate. Escúchame bien: olvídate. Que nadie te convenza para esclavizarte con tintes. No consentiré que nadie tiña tu pelo ni te ponga una sola mecha en esta melena. Ya te avisaré yo cuando llegue el momento.

Cuando llegue el momento” … Me lo dijo con la misma seriedad que utilizan los médicos para informar del inicio de un tratamiento que te salvará la vida.

Casi me levanto y le doy un abrazo.

Así que nos volvimos a casa mi cana y yo más contentas que unas castañuelas, las dos. Me miraba al espejo y me veía hasta más guapa y todo.

Mis pensamientos volvieron a mi paciente. “Estoy gorda”- me decía. No lo estaba. Cierto que no era una chica delgadísima. Gozaba de unas curvas y un cuerpo demasiado femenino y sensual para su temprana edad. Y volví a mi pasado y a mi presente. Mis 38 primaveras y mis 38 inviernos.

Es verdad que mi cuerpo de ahora no es el de los 20, de acuerdo, aunque ahora que lo pienso, ni a los 20 era perfecto. Define perfecto. ¿Existe de verdad un cuerpo perfecto? Ni lo sé, ni me interesa ya. Ya no.

¿Qué me gustaría llevar una talla menos? Si. ¿Qué para ello tendría que renunciar a mis aperitivos de fin de semana, a un buen vino una noche de sábado,  a un gintonic incluso si los astros se alinean y por delante se presenta una larga y prometedora noche? No. ¿Que para ello tendría que haber desistido de ser madre de dos hijos, de haberlos parido, de haberles dado pecho durante un año a cada uno a pesar de las largas noches sin dormir de lloros y enfermedades? Rotundamente no.

  • Hija, tú como yo, eres de hueso ancho- me decía mi madre. Y aunque aquello me olía a cuerno quemado cuando me lo decía, ahora es de lo más socorrido.
  • Oye, mira, es que yo no soy “constitución pajarito”, yo soy de hueso ancho ¿Qué pasa? – y me vuelvo a mirar al espejo y me veo más guapa aún.

“No creo que nunca llegue a ser ni siquiera atractiva”- de nuevo mi paciente. Y esto sí que se lo dije a ella, mirándole a esos ojos inundados de complejos, de rabia y empañados por sus devastadores y destructivos prejuicios.

¿Atractiva? ¿Atractiva para quién? ¿Para los demás o para ti misma? Mira cielo, una mujer atractiva es una mujer segura de sí misma. Es una mujer inteligente e independiente. Una mujer atractiva es una mujer valiente e intrépida. Pero no valiente porque le gusten los deportes de riesgo, no; valiente con la vida, con las dificultades, con los largos inviernos que sin duda dejarán huella en su piel y en su alma.

Que una no solo cumple primaveras, también cumple inviernos y justamente son los inviernos lo que hacen a una mujer hermosa. ¿Lo sabías?

La vida no es una camino de rosas, claro que no lo es; por eso hay que echarle valor, hay que ser intrépida y exigente con tus propios sueños.

Cumpleaños

Atractiva es la mujer que lucha por lo que desea, que se ríe de las banalidades en las que los demás parecen ahogarse, que sale a flote una y otra vez a pesar de las adversidades.

Atractiva es la mujer que aún con sus kilitos de más o sus kilitos de menos hace reir a carcajadas al que tiene enfrente. Atractiva es la mujer sin complejos pero con grandes dosis de sentido del humor.

Atractiva es la mujer sonriente, perseverante, luchadora y libre.

Atractiva es la mujer “que se da permiso” para ser, para vivir y para sentir.

¿Y sabes qué es lo mejor de todo? Que todo esto solamente depende de ti.

 

Esta mañana, con una primavera y un invierno más, con una cana o quizá ya con alguna más, me he levantado, me he mirado al espejo y me he dicho: “Feliz cumpleaños, Lucía”.

He vuelto a la cama a leer aprovechando el silencio de la casa. A los pocos minutos mi chico me ha dado un beso “mañanero” (así los llamo yo) y me ha dicho: “El primero en felicitarte: felicidades cariño”

El primero no, pensé sonriendo… Antes ya me había felicitado yo.

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