No sé en qué momento ocurrió, pero sucedió. En décimas de segundos pasamos  de estar compartiendo una cálida y entrañable cena en familia a estallar la tercera guerra mundial y encontrarme en medio de dos bandos claramente diferenciados y sin capacidad de maniobra.

Por un lado mi hijo Carlos haciendo de rabiar a su hermana con palabras algunas de ellas hirientes; en frente, mi hija Covi  gritando e intentando contener su ira sin éxito ninguno ya que se levantó de la mesa para atizar a su hermano mayor a sabiendas que si cumplía su objetivo saldría claramente perdiendo.

Nosotros, los mayores, observando como el que observa un partido de tenis. Yo, particularmente,  ejercitando mi paciencia recordando mentalmente TODAS Y CADA UNA de las palabras que escribí en ¿Tienes paciencia con tu hijo?

¡Qué difícil resulta en ocasiones! ¿Verdad?

Pues bien, en ese preciso instante de la cena en el que todo se iba a echar a perder e íbamos a terminar los cuatro como el rosario de la aurora, se me encendió la bombillita y se me ocurrió poner en práctica uno de los ejercicios que aprendí con AEIOU coaching para papás y mamás. Cierto es que este “juego” estaba diseñado para momentos especiales en el que todos estamos en sintonía y armonía. Pero a mí que me gusta improvisar, experimentar y como soy un poco transgresora, decidí ponerlo en práctica en ese preciso momento. ¡Zas! Como si fuese un electro-shock. De lleno. ¿Qué podía perder?

  • ¡Chicos! ¡Silencio! Os propongo un juego.

La palabra “juego” para los niños es como para nosotros un “Te voy a duplicar el sueldo”. De repente dejas de hacer lo que estás haciendo, abres los ojos todo lo que puedes, fijas tu atención en la persona que te lo ha dicho y esperas ansiosa a que continúe hablando.

Los dos enmudecieron.

  • Primer paso conseguido- Pensé rápidamente.
  • Vamos a hacer un juego que se llama: La rueda de reconocimientos.

Continuaba manteniendo bastante bien su atención pero era consciente que o me explicaba con contundencia, claridad y en pocos segundos, o se perderían nuevamente en su particular batalla campal.

  • Vamos a centrarnos todos en Covi. Vamos a respirar profundo y vamos a pensar en las cosas bonitas que tiene y que nos gustan: Covi, lo que me gusta de ti es que eres… muy cariñosa– le dije mientras acariciaba dulcemente su pelo.

Inmediatamente el gesto de mi hija cambió. Soltó el trozo de pan que tenía en la mano y que pretendía lanzar y todos los músculos de su cuerpo se relajaron, empezando por su expresión facial.

  • Covi, lo que me gusta de ti es que siempre sonríes. – le dijo Javi.

Su cara se iluminó más aún. En su cabecita debería estar pensando: ¿Pero que les pasa hoy a los mayores que en lugar de reñirme me dicen estas cosas?

  • Venga, Carlos, ahora te toca a ti jugar. Dile algo bonito a tu hermana.

Misteriosamente y para nuestro asombro Carlitos se enganchó enseguida y dijo:

  • Covi, lo que me gusta de ti es que sales a jugar conmigo a la urbanización.

Casi me emociono cuando escuché sus palabras de reconocimiento a su hermana pequeña agradeciendo su compañía para ayudarle a superar su timidez.

En ese momento la sonrisa de mi hija no podía iluminar más la casa.

  • Hija, lo que me gusta de ti es tu valentía y tu fuerza.

Ella bromeando levantó sus brazos, intentando lucir bíceps y apretando sus puños como si fuera una famosa culturista.

Los cuatro rompimos en una sonora carcajada que aún ahora mismo, minutos antes de acostarme, escucho.

Y así, reconociéndonos unos a otros, terminamos de cenar.

El postre fue un verdadero regalo cuando me tocó a mí recibir los reconocimientos y escuchar atentamente todo lo que tenían que decir mis hijos de mí… Me quedo con la primera frase: Mamá, lo que más me gusta de ti es que SIEMPRE estás.

Siempre estoy… Breve, corta, pero directa al alma.

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