Hay personas que en el momento más inesperado, se cruzan en tu camino y según estás hablando con ellas por primera vez, sabes que no las olvidarás nunca, que siempre te acompañarán, que quizá no pienses en ellas a diario, pero que periódicamente su recuerdo volverá a ti y te llenará.

Hoy me ha ocurrido en Donosti. Estoy sentada en el tren de vuelta a casa tras un intensísimo fin de semana en Pamplona, Bilbao y San Sebastián donde reunimos a más de 700 personas conectadas y deseosas de hablar de emociones, de sentirse identificados, de reír a carcajadas y de llorar, muchos de ellos, a moco tendido.

Los emails en la bandeja de entrada entran por docenas, todos ellos con un “Gracias”, “Inspirador”, “No cambies nunca” y con historias increíbles que merecen ser contadas. ¿Mi pena? No tener tiempo material, no tener vidas para dar voz a tantas y tantas historias reveladoras.

Entre todos esos emails, anoche, a última hora y justo antes de acostarme rendida tras una conferencia con un público espectacular en Bilbao, entró un email.

  • Leo este último y me acuesto- pensé.

Lo que nunca imaginé es que aquella carta escrita por Lorena iba a entrar directo y de lleno en mi corazón. Lorena me contaba la historia de su gran amiga Carol.

Carol, a pesar de su juventud, llevaba luchando cuerpo a cuerpo contra una enfermedad neurodegenerativa que día a día mermaba sus capacidades, su movilidad y su vida. Valentina, su hija de 4 años era el motivo de esa fuerza sobrenatural que tenía a todo su entorno sobrecogido. Lorena me decía que Carol me admiraba mucho, que sin conocerme, me quería. Que leerme le daba luz y alas y me pedía por favor que le dedicara unos minutos para hablar con ella.

Su email, contándome retazos de su difícil día a día me conmovió. Le contesté en el momento y le dije: “Por supuesto, podremos hablar todo el tiempo que queráis, yo llegaré dos horas antes a la sala, venid cuando queráis”. Y me dormí pensando en esta madre, en sus días, en sus noches y un su hija Valentina.

Cuando a la mañana siguiente llegamos mi hermano y yo a la sala e hicimos todas las pruebas de luz y sonido, le dije:

  • José, va a venir una mamá que se llama Carolina. Tiene una enfermedad neurodegenerativa, vendrá acompañada por una amiga que se llama Lorena. Por favor, cuando les recojas las entradas, fíjate bien en los nombres y avísame.

Volví al interior de la sala para seleccionar la música que quería que sonora cuando la gente entrara en la sala; soy amante de los pequeños detalles y cuando las condiciones nos lo permiten, me gusta que la gente llegue, se siente y estén ese ratito esperado con buena música. Cuando aún faltaba más de media hora para empezar, me llegó un WA:

  • Lú, Carol acaba de llegar. Se ha sentado en la tercera fila por la derecha, lleva una chaqueta roja y a su lado tiene un andador.

Me levanté, dejé de hacer lo que estaba haciendo y fui directa a ella. Es difícil explicar la cara que puso cuando vio que me acercaba… No sé quién de las dos estaba más emocionada. Carol temblaba, su amiga Lorena lloraba. Me senté junto a ella y nos dimos un cálido y sentido abrazo, de los que duran varios segundos.

  • No me puedo creer que te tenga aquí- me decía Carol.

Y yo lo que no me podía creer es que pudiera despertar estas emociones en otra persona que ni siquiera me conocía.

Tras los primeros segundos de emoción, de lágrimas, de cogerme las manos y apretarme fuerte, me contó su historia con una sonrisa llena de luz.

  • Me diagnosticaron una enfermedad neurodegenerativa cuando tenía 23 años, Lucía. Me dieron 7 años de vida. Ya han pasado 17. Me dijeron que no podía tener hijos y aquí tengo a mi Valentina que juega por la casa y me da la fuerza que necesito para levantarme cada mañana y caminar. No siempre lo consigo, pero ella es la que me está dando años de vida. Los años que nadie creía que viviría. Mi marido me conoció enferma y aún así luchó por mí. Nos enamoramos, Lucía, nos enamoramos. Él me da ese impulso que necesito a veces y yo le muestro todo lo que quiero dejar a Valentina cuando yo falte. 

Carol avanzaba en su relato mientras el resto de la gente entraba en la sala. Nosotras ajenas a lo que sucedía a nuestro alrededor nos cogíamos de la mano y nos mirábamos a los ojos.

  • Tengo una discapacidad del 87%. No sé ni cómo he podido venir, mi corazón no funciona, Lucía. A veces me falla. Tengo mi parche de nitroglicerina para controlar las anginas que me van dando, pero yo hoy tenía que venir a conocerte. Eres mi luz, eres mi calma en esos días en los que todo se derrumba. Leerte me cura. ¿Y sabes qué? Que soy muy feliz, Lucía. Soy muy feliz de estar aquí, de tener la familia que tengo… soy muy feliz por estar viva. No me quejo, no me puedo quejar con la cantidad de cosas bonitas que tengo a mi lado. Mi hija es maravillosa… ella me cuida, me espera, me dice. “Mami, tranquila, yo espero, no te preocupes” mientras me ve avanzar lentamente con mi andador. Pero yo me levanto y lo hago, y lo hago por ella y lo hago por mí. Qué necesaria es la tranquilidad en este mundo de locos que llevamos. Yo me levanto todos los días a las 5 y media de la mañana con mi marido, él se va a trabajar y yo empiezo a prepararlo todo para que cuando se levante Valentina el desayuno esté listo y ella no perciba ni prisas ni agobios. Así que a las 8 ya lo tengo todo preparado para despertarla a besos y desayunar juntas.

Su relato fue tan conmovedor, tanto, que intentaba contener las lágrimas con cada una de sus anécdotas. Finalmente tragando saliva, conseguí decirle:

  • Carol, ¿eres consciente del legado tan grande que le estás dejando a tu hija? Ese amor, esa paz, esa luz… Valentina será una madre maravillosa.

Y en ese momento me cogió las manos y me las besó mientras sus lágrimas caían a borbotones. Fue un momento absolutamente inolvidable.

Durante la conferencia no pude evitar hacer referencia a ella y a lo que minutos antes había experimentado con ella ante un público tan emocionado o más que yo.

Y es en estos momentos cuando todos los problemas de uno se diluyen, es cuando uno dice:

  • ¿Qué haces quejándote? ¡Abre los ojos! Mira lo que tienes al lado. ¿Qué no te quedan fuerzas? ¿Qué estás cansada? Mira a Carol, mira a su hija Valentina, mira a su marido…

Y es entonces cuando doy gracias, gracias por todo lo que tengo y por tener la oportunidad de cruzarme en el camino con familias como la de Carol que me abren los ojos y me abren el alma.

Fui absolutamente feliz cuando la vi a lo largo de toda la conferencia reírse a carcajadas, tanto es así que en algún momento tuve que parar contagiada por su risa. Contuve las lágrimas cuando vi como con sus manos temblorosas recogía sus lágrimas en los momentos álgidos de la conferencia. Y me deshice cuando esperó pacientemente toda la cola de firmas y con mucha dificultad subió las escaleritas ayudada por su marido con Valentina correteando por el escenario.

  • ¿Quién es la mejor mamá del mundo? – le dije a Valentina arrodillándome para estar a su altura y apartándole el pelo de la frente.
  • Mi mamá – dijo ella corriendo hacia su madre para darle un abrazo.

Después de esto y a pesar del cansancio que tengo ahora, de los tres días que les he robado a mis hijos, pienso:

  • Muy bien, Lucía. Muy bien…

Y una sensación de paz y gratitud me llenan y me animan a seguir, a seguir escribiendo, a seguir acompañando, a seguir compartiendo y a seguir sintiendo.

Porque como os dije al final de la conferencia:

“Sintiendo, aunque suframos un poco más, la vida es mucho más bonita”

Gracias siempre.

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