• Lucía, ahora que llevamos varios meses sin una sola vacuna con medio mundo en jaque, desaparecerán para siempre los antivacunas ¿no? – me preguntaron hace un par de meses.

  • Lo dudo.- contesté.- es más, se producirá un repunte.

Pues no iba tan desencaminada y es que, en esto de los antivacunas, las teorías conspiranoicas, los haters, los difamadores, acosadores y los creadores de bulos en red, una ya tiene horas de vuelo. E iba a escribir que por desgracia conozco este tema, pero lo cierto es que no es una desgracia, en absoluto.

Desgracia es, no tener estos conocimientos y por culpa de ello perder a un hijo tras una mala decisión, eso sí que es una verdadera desgracia. 

Bueno, pues como nos temíamos, las voces críticas frente a la vacuna contra la covid19 no han tardado en llegar y aquí se repiten los mismos argumentos que siempre, pero versión pandemia:

  • Conmigo no experimentan.
  • Mi hijo no es ningún conejillo de indias.
  • Estaba claro que una vez creado el virus en el laboratorio, vendrían las farmaceúticas a forrarse con la vacuna salvadora.
  • Yo no me fío de algo que sacan aprisa y corriendo.
  • A saber que nos quieren meter en el cuerpo, he oído que hasta podrían insertar microchips en la vacuna para tenernos controlados.
  • Ni vacunas ni 5G…

Y un sinfín de BULOS (pongámoslo con mayúsculas no vaya a ser…) que he leído estos días entre paciente y paciente.

La verdad es que algunos de los argumentos podrían dar hasta risa, máxime cuando personalidades del mundo de la cultura, repito, del mundo de la cultura, se hacen eco de semejantes barbaridades. Sin embargo he de deciros que, gracia no tiene ni un pelo. Y no la tiene porque:

Con que una sola familia dude y deje de vacunar a su hijo, ya habremos perdido todos.

Yo sé que una pequeña parte de la población piensa que los pediatras hablamos con diminitutivos a todas horas, que nuestro día a día se pasa entre toses, mocos y color de las cacas y que parecemos sacados de Alicia en el País de las Maravillas ¿verdad?

Pero lo cierto es que los pediatras conocemos el lado más injusto, cruel y devastador de la vida humana que es decirle a unos padres que su hijo tiene una enfermedad que le va a acompañar toda la vida o que su hija tiene un daño cerebral del que desconocemos aun qué va a pasar, que su hijo tiene cáncer o que sintiéndolo en el alma ha llegado el momento de despedirse.

Y sí, todos nosotros tenemos esos niños grabados a fuego, todos, con nombres y apellidos. Sin excepción.

Es más, os contaré que cuando yo trabajaba en intensivos y me incorporé de mi baja maternal, tuve la fatalidad de perder a un paciente en la noche más larga de toda mi carrera profesional en la que fue mi primera guardia “como madre”.

Cuando tuve que salir del box, para decirles a sus padres que había llegado el momento de despedirse de su hijo y sentí el dolor de aquellos padres como propio mientras me abrazaban con una fuerza agónica, decidí que por mucho que me gustara la adrenalina de los cuidados intensivos, yo no quería ver morir a más niños.

Fue un deseo casi infantil de una joven pediatra con su barriguita posparto aun, a quien le esperaba un bebé de 16 semanas en su casa, Carlos, su primer hijo.

Pero esta es otra historia, que me desvío…

Hablábamos de vacunas, de vidas y por supuesto de muertes.

 

Comprenderéis que para nosotros, los pediatras, las vacunas suponen el no ver morir a un niño por una enfermedad prevenible y aunque sea uno solo, entre los más de 2 millones de vidas que salvan las vacunas cada año, ya es mucho, ya es muchísimo.

“Aquel que no conoce su historia está condenado a repetirla”.

Esta célebre frase me recuerda la necesidad hoy más que nunca de repasar algunos datos históricos que no debemos olvidar. Y para no alargarme demasiado os daré solo dos datos:

  • Viruela: En el siglo XX, 300 millones de personas en todo el mundo perdían la vida a causa de esta enfermedad. Tras la obligatoriedad de la vacuna en 1929 se registraron sólo 2 muertes por viruela en España. Actualmente y desde hace más de 30 años, la viruela está erradicada en todo el mundo.
  • El sarampión, enfermedad que aún vemos. Produce una muerte por cada 3000 casos, y una encefalitis por cada 1000, que puede ser grave y dejar secuelas neurológicas. Además, en uno de cada 100 000 casos puede desarrollarse, al cabo de unos años, una panencefalitis esclerosante subaguda, enfermedad muy grave y limitante.
  • Desgraciadamente en los últimos años los casos de sarampión se han triplicado en el mundo por una disminución de las coberturas vacunales.
  • Se calcula que en 2017 murieron 110.000 personas por sarampión la mayoría de ellos niños menores de 5 años.
  • Aun así se estima que entre 2000 y 2017, la vacuna contra el sarampión evitó unos 21,1 millones de muertes, lo que la convierte en una de las mejores inversiones en salud pública.
  • En España la situación está controlada, que no cunda el pánico pero no podemos bajar la guardia.  

 

– Lucía, dinos el bulo que más veces has desmentido.- me preguntaron recientemente en una entrevista a raíz del lanzamiento de El Gran Libro de Lucía mi pediatra en el que por supuesto hay un capítulo extenso sobre todos y cada uno de los bulos. Sin pensarlo apenas, sentencié:

 Las vacunas no provocan autismo. 

 

Y esto que tú probablemente lo tienes muy claro porque llevamos años explicando el origen de este bulo, porque incluso recuerdas aquella carta que tuve la necesidad de escribir al periodista Javier Cárdenas que alcanzó los más de 2 millones de lecturas y que aquí te dejo, hay personas que no lo tiene tan claro y hay padres como la familia que recibí la semana pasada en la consulta, que llegan al mundo de la maternidad, de la paternidad y de las vacunas por primera vez en su vida y que lo primero que les llega es este bulo.

Y nosotros, con toda nuestra paciencia, debemos, antes de nada, escuchar y luego intentar aportar información y claridad a sus dudas.

A lo largo de mi carrera como pediatra me he encontrado con bastantes  familias reacias a la vacunación: desde familias manifiestamente antivacunas hasta familias “anti alguna vacuna” pasando por supuesto por infinidad de padres o madres con miedos puntuales ante la avalancha de información que circula en red.

Si algo he aprendido con los años es que el ataque nunca funciona.

¿Y sabes por qué?

Porque si tu paciente se siente atacado o juzgado no volverá a tu consulta y habrás perdido una oportunidad valiosísima de vacunar a un niño.

No se trata de llevar la razón, esta es una guerra que se gana en pequeñas batallas, dando pequeños pasos pero firmes junto a esa familia y no en contra de ella.

Con los años he aprendido que una retirada a tiempo en un momento de la conversación, es una victoria, porque ese paciente volverá. Así que antes de nada suelo escuchar todo lo que tienen que contarme e intento averiguar qué les ha llevado tener esa creencia equivocada sobre la “maldad” de las vacunas.

Una vez conozco esos detalles que les han llevado a pensar que no vacunar es mejor para su hijo, es mucho más fácil ir desmontando todas y cada una de esas creencias (que si el autismo, que si el mercurio, que si el aluminio… todo esto es muy fácil de desmentir). Pero es algo que no se puede hacer en una única y primera visita.

Has de ganarte su confianza poco a poco. A medida que pasa el tiempo y ellos descubren que bajo tu bata hay una profesional que se preocupa de verdad por la salud de su hijo, que les has resuelto infinidad de dudas respecto a muchos otros temas y te ganas su confianza, es cuando notas que empiezan a dar más credibilidad a los argumentos que les das frente a la vacunación.

Esto es una carrera de fondo.

Para mí, una familia antivacunas, lejos de ser un problema, es un reto.

Así que no me veréis a mí emprendiendo duros ataques personales, insultos, ni infamias hacia nadie piense lo que piense, porque si algo tengo claro es que desde ese lugar ellos nunca vendrán al mío, al lugar donde está la ciencia, la evidencia, el respeto y el progreso.

Muchas gracias a todos y a seguir.

#VaccinesWork

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