Tantas veces hemos escuchado la conocida frase: “No aprecias las cosas hasta que las pierdes” y tantas veces se nos olvida. Yo no es que haya perdido a mis padres, de hecho, desde que soy madre los tengo más presentes que nunca, pero viven a 1000 kilómetros de distancia.

Me he acostumbrado a vivir en una ciudad que no es la mía y a criar a mis hijos sin la ayuda de mi familia. Al principio no fue fácil pero ahora a pesar de los kilómetros que nos separan, soy muy feliz en Alicante. Sin embargo, cuando vienen a casa a pasar unos días, lo soy más aún. Nunca puedo evitar preguntarme cada vez: ¿Y si vivieran aquí? ¿Cómo cambiaría mi vida? Me gusta imaginar, fantasear y hacerme preguntas, aunque no tengan respuesta.

No puedo evitar tampoco sentir cierta envidia cuando veo a mis pacientes acudir con los abuelos a la consulta, incluso tengo a abuelos que vienen con más frecuencia que los propios padres; su trabajo se lo impide. Siempre, siempre, siempre, cuando cierran la puerta y se van, pienso: ¡Qué suerte!

Cuando escucho a algunas madres criticar duramente a sus padres con ellos presentes, todos sentados frente a mí, intento reconducir la conversación con un: ¡Qué suerte tener a tus padres cerca y qué suerte para tus hijos también poder disfrutar de sus abuelitos casi a diario! Siempre se produce un silencio… incómodo para algunos, revelador para otros, pero el tono disminuye y el conflicto deja de serlo realmente.

Abuelos

Y digo suerte por tener a los abuelos cerca no porque puedas llamarles siempre que quieras, que también: si el niño se te pone malo, si hay que llevarlo al pediatra, si estáis enfermos y necesitas ayuda, si simplemente quieres dejárselo un ratito para ir a la peluquería, al cine o para pasar un fin de semana los dos solos por y para vosotros.

Digo suerte para tus hijos. Suerte porque pueden ver envejecer a sus abuelos, porque pueden aprender a cuidar de ellos, a mirar con sus mismos ojos rebosantes de experiencias, porque podrán vivir junto a ellos instantes que nunca podrán vivir contigo.

Porque no sé si os habéis fijado pero los niños acarician de una manera especial y diferente a las personas mayores… lo hacen con sumo cuidado y lo hacen así porque consciente o inconscientemente saben que a pesar de su fortaleza y sus espaldas cargadas de sabiduría, hay una persona frágil y quizá más vulnerable que sus propios papás a los que aún ven fuertes y lozanos.

MininaSuerte porque nuestros padres les cuentan unas historias que aunque se las contáramos nosotros, no generaríamos ni la mitad de impacto que generan en voz de ellos, nuestros maestros de vida.

Esta misma tarde lo pude comprobar con mis hijos. Se quejaban de que los Reyes Magos no les habían traído todo lo que habían pedido… En lugar de sermonearles una vez más, mi madre, La Minina, habló:

  • Niños, cuando yo tenía vuestra edad, como éramos tantos hermanos, los Reyes nos traían regalos compartidos.
  • ¿Cómo regalos compartidos? ¡Si hombre!- dijo mi hijo desde su “yo” más egoísta.
  • A una de mis hermanas le traían la muñeca, a la otra el carrito, a otra la ropita, a otra el cepillo y el chupete… Y así a todos.
  • ¿A todos? ¡Pero Minina, si sois 13 hermanos! Yo ya me enfado cuando mi hermana me coge algún juguete y sólo tengo una…- dijo mi hijo escandalizado solo de pensar que tenía que compartir sus juguetes con 12 hermanos.
  • Pues sí. Así era. Y a los chicos les traían: a unos los caballitos, a otros los soldaditos, a otros las cabañas de los indios, a otros los vaqueros… y jugaban en el suelo todos juntos.

Mis hijos miraban fijamente a mi madre, incrédulos, intentando imaginar su vida actual compartida de aquella manera. No daban crédito.

  • ¡Vaya lío! ¿Y si os enfadabais? Porque yo cuando me enfado me meto en mi habitación con mis coches y allí sé que no me molesta nadie – sentenció mi hijo.

Mi madre rió y rió durante varios segundos.

  • ¿A tu cuarto, cariño? Nosotros compartíamos habitación aunque teníamos “el cuarto de los juguetes”, allí teníamos que entrar todos y organizarnos el espacio y los juegos. ¡Y lo conseguíamos!

La cara de mis hijos era para inmortalizarla. Yo atendía como mera observadora;  algo precioso estaba sucediendo. No quería perderme ni un gesto, ni una palabra, ni un solo pensamiento de los que aun soy capaz de leer a través de los ojos de mis hijos.

  • Y además del “cuarto de los juguetes” teníamos el “cuarto de estudio”, una habitación donde estudiábamos todos
  • ¿¿¿Todos??? – dijeron mis hijos al unísono levantando sus pequeños brazos.
  • Una gran mesa redonda con un vaso con lápices en el centro y allí, ¡todos a trabajar! Los mayores a estudiar y los pequeños cuando terminaban los deberes, al cuarto de los juguetes a jugar. Y así pasaban los días… Sin Play Station, sin patines, ni televisión. Y nunca nos aburríamos, siempre teníamos cosas que hacer.

Cuando terminamos de tomar el café que nos habían servido en una agradable terraza de Altea, llegó el momento de irse.

  • Niños, mirad que atardecer más espectacular- les dije señalando al horizonte.Atardecer2

Los niños se quedaron absortos viendo la puesta de sol. Entonces mi hija pequeña  cogió dulcemente la mano a mi madre y le preguntó:

  • Minina, cuando tú eras pequeña, ¿había atardeceres?
  • Sí, cariño- sonrió mi madre.

Entonces se acercó mi hijo, le cogió de la otra mano y le dijo:

  • Cuéntanos más historias, Minina…

No pierdas la oportunidad de contarles historias a tus hijos, les encanta. De tu trabajo, de tu infancia, de las dificultades, de las alegrías y de los triunfos. De las penas, también ¿Por qué no? De la vida, de cuando ellos eran pequeños…haz la prueba. No hay nada que les divierta más. Enséñales a observar, a parar, a sentir, a imaginar, a escuchar, a mirar un atardecer como si fuese el primero, o el último…

Y para acabar os invito a que en la cena, o ya en la cama, en esos minutos de intimidad que compartimos con ellos instantes antes de dormirse, les preguntes:

¿Cuál ha sido el mejor momento del día?

Os sorprenderéis con sus respuestas y con los sueños que tendrán esa noche y que, entre risas, os confesarán en el desayuno.

Atardecer

 

 

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