En esta casa la mayor parte del tiempo se escucha música, se canta, se baila. Sí, en esta casa se baila mucho. En esta casa nos reímos a carcajadas, bromeamos, nos damos sustos escondidos tras la puerta. En esta casa jugamos al Monopoly las tardes de lluvia, nos acurrucamos en el sofá bajo la manta y soñamos despiertos o dormidos, pero soñamos.

En esta casa hablamos, compartimos, sentimos, y a veces lloramos. Sí, en esta casa también se llora.

Mi hijo se hace mayor y con los años, sus preguntas son más complejas, sus miedos más justificados y sus penas podrían ser las mismas que las de cualquiera de nosotros.

  • Es que necesito llorar- me dijo conteniendo aun sus lágrimas mientras se llevaba sus dos manos a la cara y se acercaba a mí, lentamente pero dolorosamente abatido.
  • Pues llora cariño, llora. No pasa nada, mamá está aquí contigo.

Y no era momento de que yo llorara su pena, aunque lo hubiese hecho, era momento de acompañarle en la suya.

Tengo medicinas para el dolor, para la fiebre pero no para el llanto.

Podría haberle distraído, podría haberle puesto un parche disfrazado de juguete, de bizcocho de chocolate incluso o de “si dejas de llorar, te invito al cine”. Pero no, no me gustan los parches, ni los escudos, ni las máscaras. Dejé que llorara abrazado a mí.

  • No entiendo para qué sirve estar triste, no quiero sentir esto- me dijo entre suspiros.
  • Esto también nos ayuda, cariño. Es imposible estar alegres todo el tiempo, nadie lo está. La tristeza nos ayuda a explorar dentro de nuestras emociones, a buscar el por qué estamos así y nos ayuda a limpiarnos por dentro, a buscar soluciones; porque ¿sabes una cosa, amor?
  • Dime- dijo limpiándose las lágrimas con la manga de la camiseta.
  • Yo también estoy triste a veces.
  • ¿Tú mamá? Noooo. Si siempre estás alegre.
  • No, cariño, a veces también estoy triste como tú.
  • ¿Y lloras?
  • Pues si las lágrimas necesitan salir, salen. Las dejo salir porque con ellas, se limpia parte de la pena. Porque si no lo lloramos queda ahí dentro y no se va solo. Porque reconociendo la tristeza aprendo a valorar todo lo demás que tengo y eso me llena de alegría. Y porque cuando lloras mucho por algo, al terminar, te sientes tan liberado, que las soluciones a los problemas empiezan a surgir solas y es entonces cuando la pena se convierte en alegría o al menos, en ilusión, en esperanza.

Tristeza

Hablamos durante una hora sobre todo aquello que le causaba tanta pena y comprendí que sus lágrimas le estaban ayudando a ponerle nombre a sus emociones. Estaba reconociendo lo que sentía, por qué lo sentía y lo más importante, deseó encontrar una salida.

Fue una conversación inspiradora y mucho más intensa y enriquecedora que las decenas de conversaciones que he mantenido en las últimas semanas con gente adulta.

Cierto que nuestros hijos son niños aún o quizá adolescentes, pero no te equivoques, con ellos podemos alcanzar un grado de comunicación y de conexión que no alcanzarás con nadie. Solo hay que darles la oportunidad de hacerlo, solo hay que escucharles y por supuesto acompañarles en su dolor cuando llegue, que indudablemente, en algún momento, llegará.

Vivimos en la sociedad del bienestar, del carpe diem, del disfrutar de cada día como si fuese el último, y esto está muy bien, de verdad que está muy bien. Pero desatendemos los días de sombras, los días grises y nublados en los que quizá, sonreír te requiera un inusual esfuerzo. Está mal visto ¿verdad? No hay que taparlo. Hay que reconocerlo, aceptarlo, sentirlo, buscar consuelo si es eso lo que necesitas y superarlo. Y esto es lo que debemos transmitir a nuestros hijos.

No estés triste”, “no llores” “llorar es de pequeñajos” se les dice a los niños frecuentemente… pues ¿sabéis qué os digo? Que a veces sí, y otras veces no.

Cuando mis hijos lloran por tonterías suelo decirles:

  • Cariño, no llores por esto; por esto no, mi cielo. Se llora por cosas importantes…

Y ya empiezan a saber discernir aquello que para ellos es importante y que vale la pena ser compartido y consolado en los brazos siempre abiertos y cálidos de mamá y papá, de lo que realmente no merece ni una sola de sus lágrimas.

Siempre lo digo y perdonad si me repito pero: Las alegrías se celebran y las penas se lloran. Y no hay más.

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