Cuando mis hijos eran pequeñitos me vanagloriaba de mi capacidad multitarea sin darme cuenta que hacer mil cosas al mismo tiempo, ni me convertía en una mejor madre, ni me hacía más feliz.

Ahora, con los años y tras haber hecho un intenso viaje interior a lo largo de mis libros que muchos de vosotros ya habéis leído, he descubierto que la felicidad, o al menos, mi felicidad, no está en todo aquello tan complicado e inalcanzable. Que la felicidad está en lo que aquí tengo, en este momento y lo que venga, ya vendrá.

Ya corrí muchos riesgos, ya salté al vacío, ya hice triples saltos mortales, ya jugué, gané, perdí, aprendí… Ya he curado muchas heridas, en mí y en los que me rodean y he secado muchas lágrimas, quizá demasiadas, no lo sé.

Con los años he aprendido a caer de pie, como hacen los gatos, y sin tener siete vidas, tengo la sensación que ya he vivido varias.

De todo esas vidas aprendí que:

  • Lo importante no son las cosas, sino las personas. Siempre.
  • Que la felicidad real está al lado de los míos. Que si ellos están bien, yo estoy bien. Y para que ellos así lo estén, yo también he de estarlo. Que si hay que empezar de cero, se empieza, ya me sé el camino.
  • He aprendido a tomar decisiones por mí misma. Solo por mí. Porque solamente si soy feliz, puedo dar lo mejor de mí a los míos. Y eso NO es egoísmo. Porque desde la apatía, la desilusión, la desesperanza y la tristeza, pocas cosas bonitas podré regalarles a mis hijos.
  • He aprendido a darme permiso para sentir, tenga la edad que tenga, con 20 o con 40 ¿y eso qué mas da?

 He aprendido que lo que necesitan mis hijos es que sus padres sean felices, juntos o separados, pero felices.

  • He aprendido a perdonarme y a darme todas las oportunidades que sean necesarias para ser feliz. Todas. Sin dejar pasar ni una. He aprendido a no juzgarme, ¡yo no! Ya me juzgarán los demás. Yo me hablo bonito, sí, he aprendido la importancia de hablarse bien, de tratarse bien y de decirse algo amable todas las noches antes de dormir: “Lo estás haciendo bien”. 

  • He aprendido que el que no sume a este equipo, mejor se va sin hacer demasiado ruido, sin aspavientos, ni dramas, por favor, que por ahí ya hemos pasado. Y si no se van, la que se va soy yo, sin mirar atrás. ¿Mirar atrás, dices? ni para coger impulso. Bye bye.
  • He aprendido a hablar de amor y desamor con mis hijos. De amor genuino, de personas bonitas que me hacen sentir bonito, de compañeros de vida y de sueños.
  • He aprendido que el altruismo y la generosidad me hacen inmensamente feliz. Y que además es contagioso, mis hijos empiezan a ser pequeños seres altruistas. “Algún día iré contigo a África, mamá”- me dijo mi hija pequeña a la vuelta de Níger. 
  • He aprendido la importancia de ser amable, amable con todos los que se cruzan en mi camino. Nunca sabes de dónde vienen, a dónde van, ni que llevan en sus mochilas. No conoces las cicatrices que hay bajo sus ropas. Prohibido juzgar.
  • He aprendido a perdonar mis errores y los errores de los demás. El rencor no trae nada bonito.
  • Y he aprendido que pase lo que pase, la vida continúa.

Que llegamos sin nada y nos vamos sin nada y que lo verdaderamente importante es lo que aquí dejemos, nuestro legado, y el por qué nos recordarán cuando ya no estemos aquí.

Feliz domingo a todos.

  • Video curso online “Crianza de 0-4 años” de la Escuela Bitácoras.  Descárgatelo y podrás verme y escucharme cuando quieras AQUÍ. 
  • Próximos talleres y conferencias en España: AQUÍ.

Publicaciones Similares