Las mujeres somos estupendas, divinas, guapas, inteligentes y últimamente sobradamente preparadas. Pero tengo que deciros que somos nuestras peores enemigas. Y en esto, más de una, me vais a dar la razón.
Parece que a lo que en la maternidad se refiere no hay términos medios: o eres una madre abnegada, sacrificada, conformista, entregada y que vive de día y de noche por y para sus hijos o eres una mala madre porque trabajas demasiado, no pasas el tiempo suficiente con tus hijos, has decidido apuntarte al gimnasio (¿Cómo se te ocurre?), sales de marcha de vez en cuando con tus amigas (¡Escandaloso!) o contratas a una canguro para salir a cenar con tu pareja (¡¿Una desconocida con tus hijos?!).
Pues mirad lo que os digo: ¡Se acabó el sentirse culpable!
Ser madre es la experiencia más intensa y maravillosa que he vivido y no lo cambiaría por nada del mundo pero reivindico mi espacio como mujer.
Lo reivindico porque lo necesito, porque me sienta bien, porque así soy más feliz y consecuentemente mis hijos disfrutan de una mamá mucho más feliz también.
Reclamo mi parcela porque es mía. Porque ser madre no quiere decir que tengas que renunciar al resto de tu vida. Porque cuando traes al mundo a una criatura no significa que tengas que enterrar tu vida anterior, ni debe impedirte hacer cosas nuevas, estimulantes y placenteras.
Me gusta mi trabajo, ¿y por eso me tengo que sentir culpable?
A veces tras fines de semana catastróficos en los que los niños se han portado fatal, no has podido descansar y a penas has salido de casa, una llega al trabajo y piensa: “¡Ay, es lunes! Vuelvo al trabajo ¡Qué bien!”. ¿Y por ello me convierto en un monstruo o en una mala madre? Quiero a mis hijos por encima de todo y por ellos sería capaz de cualquier cosa; pero reconozco que a veces necesito recuperar mi parcela, mi espacio; insisto, es mío.
Una no es peor madre por intentar nutrir sus parcelas como mujer, ni tampoco tiene que compensar a sus hijos con regalos por haber trabajado más de la cuenta o por haber salido a divertirse.
Una ha de aprender a disfrutar plenamente de sus hijos y dedicarles tiempo de calidad. Una vez más hablamos de la calidad y no de la cantidad.
Mamá merece estar contenta y disfrutar y si eso en ocasiones es sin sus hijos, pues así tendrá que ser. Los niños, creedme, prefieren a una mamá divertida, feliz y plena aunque no esté las 24 horas del día a su lado.
¿Eres madre y a partir de ese momento todas las actividades las tienes que hacer con tus hijos? Y cuando digo todas, son todas. Pues no, hay actividades para todos los públicos, actividades infantiles, actividades para adultos, actividades para chichas y actividades en pareja; y todas ellas alimentan nuestro bienestar ¿o no?
¿Tengo que renunciar a salir a cenar con mi pareja porque somos una familia y todo lo hacemos juntos? Por ese motivo tampoco puedo hacer ningún viaje más a solas ¿no? Pues tampoco.
Os voy a hacer una confesión que quien bien me conoce, bien lo sabe. Los miércoles por la tarde yo no estoy para nadie. Los miércoles por la tarde no trabajo, no hay reuniones tampoco, ni guardias, no hay comida con amigas, no hay deberes de los niños, ni hay tardes de pintura ni manualidades en casa. Los miércoles por la tarde son única y exclusivamente para mi chico y para mí. Tal es así que mis amigas ni me escriben y si lo hacen, sus whats app siempre empiezan con un: “Siento molestarte en tu miércoles del amor…”. ¡Son geniales!
Unas tardes nos vamos al cine, otras a comer por ahí, otras de compras y otras muchas, simplemente a dar un paseo y tomarnos una cerveza. Aprovechamos para hablar tranquilamente, contarnos todas las cosas que debido al ritmo frenético de la semana en ocasiones no nos hemos podido contar, nos relajamos, desconectamos de nuestras obligaciones y cargamos pilas. ¡Es estupendo!
Cuando llego a casa, los niños ya están duchados y cenados y no pasa nada. No pasa nada porque un día a la semana no sea yo la que les prepare la cena, ni sea yo la que les ayude a ducharse, ni siquiera pasa nada porque no haya comprobado si han hecho correctamente los deberes. Reconozco que al principio me costó, no podía evitar sentirme un poco culpable pero luego descubrí que mis hijos son igual de felices y yo lo soy un poquito más desde que los miércoles por la tarde mamá ya no es mamá sino simplemente: Lucía.