Querido Carlos:
Acabamos de tener una de esas conversaciones que yo llamo “inspiradoras”. Para ti quizá no lo sean aún, pero llegará un momento en que sí lo sean. Además, con el tiempo descubrirás que en momentos seleccionados tirarás de ellas a modo de bote salvavidas para ir sorteando las tormentas por las que atravesarás. No te asustes cariño, de momento no navegas solo. Aquí estamos nosotros, tus padres, para ir achicando agua cuando creas naufragar.
Desde que naciste lo supe. Llorabas mucho, te despertabas mucho, mamabas mucho. Desarrollaste tus sentidos rápidamente. Los susurros te calmaban más que las canciones. Las caricias más que las palmitas o el cucú-tras. Mi pijama de la noche anterior enredado en tu cuerpo era el mejor de los sedantes. Aún recuerdo como te frotabas la carita con mis camisetas usadas. Al principio me resultó curioso, luego gracioso y cuando con dos años me dijiste al asomarte a la ventana “mami, huele a lluvia” lo tuve claro. Tus comentarios, observaciones y reflexiones no dejan de sorprenderme. ¿Sabes lo que me dijiste hace un tiempo de camino al oftalmólogo?
Mami, ¿Cómo se llaman los médicos de las miradas?
Desde entonces cada vez que veo a un colega oftalmólogo, sonrío y pienso en ti.
Ahora tienes 10 años, sigues buscando mi calor en mi regazo, mi olor y mis caricias. Eres un explorador de emociones, el mejor y más certero explorador de tu mundo interior.
- Mamá, si el corazón me late más deprisa es porque estoy nervioso, ¿verdad? – me preguntaste con seis años.
- Y además he descubierto que me sudan las manos y se me seca un poco la boca – añadiste.
Cuando escuchas una canción que te gusta mucho, coges aire fuerte, cierras los ojos y al cabo de unos segundos los abres, me buscas y me dices señalándote al antebrazo:
- Mira mamá, se me han puesto los pelos de punta, la piel de gallina.
Y es cierto. Absolutamente cierto. La música te eriza la piel de pies a cabeza. ¿Sabes, cariño, que hay personas que eso no lo han sentido nunca en su vida? Ayer me preguntaste que era la melancolía y yo te dije:
- Esta canción de Búnbury es la melancolía: Frente a frente.
Y no te conformaste con darle al play, no; te pusiste los auriculares para escucharla mejor, incluso hubo momentos en los que inconscientemente cerraste los ojos.
- Así es como se escucha la música que verdaderamente nos mueve, así.- pensé orgullosa.
Cuando te llamo por teléfono tras una larga jornada de trabajo impartiendo alguna conferencia, antes de contarme las mil y una actividades que has hecho en el día, la primera pregunta que me haces es:
- Mami, ¿cómo estás? ¿Cómo ha ido?
Y yo te cuento paso a paso los detalles que tú estás esperando escuchar:
- Ha ido muy bien, cariño. Me he sentido muy bien en la conferencia de hoy. La gente estaba muy emocionada.
- ¿Y tú, mamá? ¿te emocionaste? – me preguntas muchas veces.
Ya sabes la respuesta. Sí, me emociono con mucha facilidad.
¿Sabes, cielo? Hubo un tiempo en el que me contenía, me censuraba a mí misma, no me sentía identificada con el mundo que me rodeaba. En muchas ocasiones sigo sintiendo así, pero ahora ya sé por qué es y he dejado de culpar a los que no sienten como yo.
Hoy, Carlos, me siento aquí para contártelo.
Querido Carlos, habrá días en los que no entiendas nada. Nada de lo que te rodea, nada de lo que los demás piensan.
Habrá días en los que te sientas un extraterrestre y tendrás que escuchar reproches del tipo: “es que no hay quién te entienda”, “eso no es importante, ¿por qué le das tantas vueltas”. Y lo que la gente no entenderá es que para ti sí es importante. Y para ti sí merece darle todas las vueltas del universo hasta encontrar la respuesta.
Porque tú eres un niño de preguntas y de respuestas, necesitas saber, necesitas sentir también y todo aquello que no te mueva por dentro pierde completamente tu interés.
Pero tranquilo porque habrá momentos en los que te ocurrirá todo lo contrario. Escucharás cómo te dicen con una sonrisa “es que te conformas con tan poco, es tan fácil hacerte feliz”.
Porque tú como yo, eres amante de los placeres sencillos.
- Mamá enciende la tele, ponte aquí conmigo y trae la mantita. Es un plan perfecto ¿no te parece? – me dijiste hace un par de semanas.
Acabas de llegar de dar un paseo por el acantilado con el abuelo y lo primero que me dijiste al llegar a casa fue:
- ¡Mamá, qué espectáculo! Todo el mar allí, delante de mí. Tan grande y yo tan pequeño.
Con tan solo diez años acabas de experimentar la naturaleza en todo su esplendor y magnitud y lo has comparado con lo pequeños e insignificantes que somos nosotros, los seres humanos cuando nos asomamos a un acantilado de casi 100 metros de altura. Maravillosa reflexión para un niño, cariño.
Me siento orgullosa de ti.
Sentir así de intenso es maravilloso pero habrá días, cariño, en los que te sentirás un saco de boxeo. Todos los golpes caerán sobre ti.
Tu sensibilidad y tu empatía harán que derroches ternura por cada uno de tus poros y ¿sabes qué, amor?
Que como el mundo está necesitado de ternura, quien se tope contigo querrá exprimir cada gota de tu esencia. Y como la generosidad por compartir tu sentir es algo que no podrás contener, darás, te darás y te entregarás.
Y habrá gente maravillosa a la que ayudarás hasta límites que ni te imaginas.
Pero también habrá abusadores que para lo único que te quieran sea para eliminar sus fantasmas, soltar sus miedos, vomitar su ira y cargar contra todo aquel que tenga la paciencia de mantenerse en pie ante tal avalancha de exigencias emocionales. ¡No lo permitas!
Aléjate tan pronto como les identifiques. Esa gente nunca cambia.
Además de todo esto, serás el perfecto cuidador. De hecho ya lo eres.
Este invierno cogí un buen catarro, de estos que se complican con una crisis de asma y me tumba en la cama durante dos o tres días.
Aquella primera noche en la que yo estaba al cincuenta por cien tú fuiste el primero en darte cuenta. Cuando terminamos de cenar y subimos a la habitación os pedí a tu hermana y a ti que os lavarais lo dientes. Mientras estabais en el baño me dejé caer en la cama y pensé:
- Venga, ahora leemos el cuento rapidito y les acuesto. Hoy no doy para más.
Al salir del baño, me viste allí tirada a punto de quedarme dormida, agotada y febril. Te sentaste al borde de mi cama y me dijiste:
Mami, yo te cuidaré. Esta noche duermo contigo.
Sonreí, te besé en la frente dulcemente y te dije:
- No cariño, no te preocupes. Además, no quiero contagiarte.
Inmediatamente me cogiste la cara con tus dos manitas y me dijiste mirándome a los ojos:
- Para la salud y la enfermedad. ¿No dicen eso las personas que se quieren mucho? Yo te quiero más que a nada, mami.
Y solté una carcajada acompañada por un ataque de tos que terminó con un chute de ventolín. Esto cielo, con 9 años no es lo habitual.
¿Y qué me dices cuando hace unos meses me dio una bajada de tensión y me mareé en la cocina? ¿Lo recuerdas? Te diste cuenta inmediatamente y con una tranquilidad pasmosa viniste a mí y me dijiste:
- Mami, sube las piernas que lo vi en un documental. Si no se te pasa te hago la reanimación cardiopulmonar que lo he aprendido en el cole.
Creo que el ataque de risa que me dio hizo que me subiera la tensión ipso facto.
Eres generosidad y necesitas dar, necesitas ayudar. Empatizas tan rápidamente que a veces te duele.
Tranquilo, yo te enseñaré a que empatices sin sufrir tanto, de este modo podrás ayudar aún más a quien tenga la suerte de tenerte como amigo o como compañero de viaje.
A medida que vayas navegando tú solo en la vida, tus amigos te dirán:
Es que das demasiado. Guarda para ti. No todo el mundo es como tú. ¿Es que no lo ves?
Y la respuesta cariño, es que no, no lo ves, no lo verás. La verdad es que lo que tú ves va mucho más allá de lo que ven la mayoría de personas a tu alrededor, pero eso no es malo. Eso es muy grande.
Mamá, es que ser sensible duele. – me dijiste hace unos días.
Duele mi cielo, sí que duele. Pero al mismo tiempo te hará vivir la vida con una intensidad que quien te conozca, envidiará sentir de la manera que tú sientes. Esta memoria prodigiosa que tienes para los recuerdos, no es casualidad.
- Pero si recuerdas hasta el último detalle.- me dicen con frecuencia.
Y quizá no recuerde lo que cualquiera recordaría; yo recuerdo miradas, olores, minutos y minutos de conversaciones que me han vuelto del revés, abrazos, lágrimas y besos. Soy una coleccionista de momentos.
Y sí, forma parte de lo que hoy aquí te escribo.
No luches contra tus recuerdos.
No lo hagas.
Habrá recuerdos que te arranquen a tiras la piel y el alma y te mantengan en alerta de los lugares a los que no volverás nunca más.
Pero habrá otros recuerdos que te harán arder en llamas en unos segundos y te impulsarán a vivir experiencias similares que llenen tu vida. Y esta capacidad maravillosa de moverte por los recuerdos, de rescatarlos, de volver a sentirlos y de buscar incansablemente esa felicidad, te hará muy grande.
No desesperes, no tires la toalla, no desfallezcas, no lo hagas, cariño.
Lucha por tu verdad y lucha a muerte.
Porque el mundo necesita niños como tú, adultos como tú serás dentro de unos años. No pierdas jamás esta sensibilidad con la que naciste y que poco a poco ha pasado a ser tu mayor atractivo aun con esos enormes ojos verdes que tienes que cautivan a quien te mira.
Ayer por la noche llegó a mí una frase que me hizo pensar:
“Ten un corazón generoso,
una mente ágil y
un espíritu valiente”.
Sí Carlos, sé generoso cariño, generoso con todas las personas que en un momento determinado nos han tendido la mano; generoso con el débil, con el necesitado, con aquel que te pida ayuda. Sé generoso a la hora de compartir y a la hora de agradecer.
Ten una mente ágil, ágil para buscar soluciones, respuestas, para no enquistarte ni lamentarte, ágil para superar adversidades y seguir luchando.
Sean cuales sean las circunstancias no dejes nunca de luchar. Ágil para buscar sonrisas y ternura en tu vida, la misma que tú das. No te conformes con menos.
Y sé valiente, mi cielo, valiente con los tuyos y contigo mismo, aunque en ocasiones duela, aunque tengas miedo, aunque no sepas qué hay al otro lado.
Valiente con los valientes que luchan a tu lado y valiente con la vida.
Porque nadie recuerda a un cobarde y sí a un valiente.
Porque los valientes inspiran, alientan y mueven el mundo y los cobardes, se olvidan.
Y por último Carlos, comparte. Comparte tu maravilloso sentir, hazlo, sin miedo. Mi pequeño explorador de emociones, que a ratos escribes poesía, a ratos rap.
Hace unos meses te regalé una libreta para que escribieras en ella cuando lo necesitaras. Te confieso que anoche la encontré bajo tu almohada. Se me llenaron los ojos de lágrimas al leer la primera frase: “Gracias mamá por compartir conmigo todas tus alegrías y tus penas, ahora me toca a mí”.
Sí, cariño, ahora te toca a ti.
Siempre tuya, Mamá. (Ballota, Asturias, verano 2017)