Cuando me iba de guardia y pasaba las interminables 24 horas o más fuera de casa, cuando durante este año se me iban los fines de semana con maleta en mano, de hotel en hotel y rodeada de gente; cuando incluso estaba un solo día sin ellos, en definitiva, cuando me separaba de mis hijos más tiempo del habitual, al regresar a casa siempre tenía la necesidad de recuperar todo ese tiempo “perdido” y hacer muchas cosas con ellos; cuantas más mejor, y todo ello en un intento titánico de calmar mi conciencia y aliviar mi culpa.

Programaba excursiones, aunque no pudiese con mi alma; sacaba entradas para el cine, aunque sabía que me dormiría nada más empezar; programaba salidas con amigos y sus hijos para que jugaran todos juntos aunque a mí lo que realmente me apetecía era descansar y quedarme en casa.

Hace tiempo que dejé de hacerlo. Y creo que somos todos mucho más felices.

El sábado salí de casa a las 10 de la mañana y regresé a las 10 de la noche. Tenía una conferencia en Murcia. Volví llena de historias increíbles que me animan cada día a seguir escribiendo, a seguir compartiendo y a seguir sintiendo como siento. Padres y madres emocionados que me devolvieron con su calor, con sus risas y con sus lágrimas mucho más de lo que yo soy capaz de dar. Al llegar a casa cené con mis hijos, les conté parte de lo que allí había ocurrido, les enseñé las fotos y, lejos de pasarlas rápidamente, ya que a priori podrían ser todas muy parecidas, me entretuve en cada una de ellas y en lo que de verdad escondían esas imágenes:

  • Y esta mamá ¿qué te decía, mami? – me preguntaba mi hija Covi.
  • Pues mira cariño, esta mamá es una mamá muy valiente, porque tras 10 años intentando quedarse embarazada al fin lo consiguió. Fue un largo camino porque tenía un problema dentro de su cabeza a consecuencia de un tumor que tuvo de niña que hizo que el embarazo y el parto los viviera con mucho miedo, con miedo a que le pasara algo grave y no pudiera sobrevivir…
  • ¿De verdad mamá? – dijeron al unísono Carlos y Covi con sus ojitos aún inocentes abiertos como platos.
  • Sí… fue muy arriesgado. ¡Pero lo consiguieron! ¡Y mira! Este es su precioso bebé- les dije mientras les enseñaba a un bebé feliz, sano y lozano.
  • ¡Qué bonito es, mamá! – decía mi hija dando palmaditas celebrando el feliz desenlace.

Les pregunté qué habían hecho ellos, dónde habían estado y qué fue lo más divertido del día. Entre risas e interrumpiéndose continuamente el uno al otro, me contaron multitud de anécdotas mientras yo escuchaba atenta y comprobaba, con cierta añoranza, lo bien que se desenvolvían ya sin su mamá.

  • Hasta el mes que viene no tienes nuevas conferencias- me dije inconscientemente tratando de acallar los retazos de culpa que, de vez en cuando, sobrevuelan por mi cabeza.

Les acosté arropándoles con mimo, como siempre hago. Dedicándoles un ratito a cada uno de ellos en exclusiva al borde de su cama mientras les acaricio la espalda y observo como su respiración se hace más y más profunda instantes antes de caer en un dulce y blanco sueño.

A las tres de la mañana Carlos aparecía sigiloso por mi habitación:

  • Mamá, tengo pesadillas, ¿me puedo acostar contigo?
  • Claro que sí, cariño- le dije mientras le abría las puertas de mi cama con edredón en mano.

A las cinco de la mañana aparecía Covi:

  • Mamá, no me encuentro bien. Me duele la cabeza y tengo pesadillas… ¿Puedo dormir contigo?
  • Claro que sí, cielo. Ven aquí.

Y antes de darme cuenta ya habíamos caído los tres en un dulce sueño libre de fantasmas.

Esta mañana íbamos a dar un paseo. Pero nos ha dado pereza. Desayunamos con calma, sin prisa, desayunos interminables en los que enlazas un tema de conversación con otro, ¡una delicia! Hicimos deberes mientras picoteábamos unas nueces que estaban por ahí perdidas sobre la mesa; al terminar, mientras ellos veían un rato la tele, yo aproveché a darme un baño relajante y revitalizante no sin recibir varias visitas a pie de bañera para preguntarme cuanto me faltaba para salir.  

Íbamos a salir a comer pero nos dio pereza. Íbamos a salir por la tarde, pero nuevamente la pereza pudo con nosotros. Finalmente encendimos la chimenea, jugamos a las peluqueras, nos pintamos las uñas, dormimos una gloriosa mini-siesta, nos tiramos en el sofá, vimos una peli y leímos un cuento. Nada y mucho al mismo tiempo.

Yo disfrutando de ellos y con ellos y, ellos, disfrutando de mí y conmigo.

Mientras escribía este post, mi hija se acercó a mí y me dijo:

  • ¡Qué día más bueno hoy, mamá! ¡Qué bueno! – y siguió canturreando a mis pies mientras peinaba a sus muñecas.

En esta vida acelerada que llevamos, hay días mejores y hay días peores. Hay días en lo que lo único que deseas es volver a casa y otros en los que lo que no quieres es entrar… Hay momentos difíciles y momentos llenos de luz.

Nadie dijo que esto fuera fácil, no lo es, de hecho es difícil, pero cada día al volver a casa y meter la llave en la cerradura me hago el firme propósito de dejar mis problemas fuera. Leo lo que pone mi felpudo… “home” y pienso:

  • Sí, este es mi hogar y se merece lo mejor de mí.

Así que me sacudo el cansancio, la culpa, los conflictos, las ausencias y las penas y me cargo de amor. Me repito varias veces “eres una madre maravillosa” y sonrío porque allí dentro, a escasos dos metros, tras esa puerta, está lo mejor de mi vida, “Lo mejor de nuestras vidas”.

 Buenas noches a todos.

Publicaciones Similares