Por supuesto – contestamos todas las madres. Sin embargo perdemos la paciencia habitualmente con las “archiconocidas” frases de:
¿Por qué no haces caso a la primera? ¿Cuántas veces tengo que repetirte las cosas? ¡Puedes darte más prisa que es para hoy! ¿Por qué tienes que discutírmelo todo? ¿No comprendes que mamá necesita descansar?
Seguro que os reconocéis en alguna de ellas. Pues bien, antes de volver a perder la paciencia recuerda este artículo y leélo varias veces si hace falta. Os confieso que yo misma me lo repito muchas veces al cabo de la semana.
- Los niños no son adultos, no lo trates como tal. Los niños son niños y es por eso que no hacen las cosas a la primera, es por eso que tenemos que repetirles las cosas varias veces, es por eso también que se resisten a llevar a cabo todo aquello que les cuesta un esfuerzo extra. Y como son niños hacen cosas de niños, parece lógico ¿no?: abrir cajones, jugar a todas horas, toquetearlo todo, pintar donde no deben porque les resulta divertido, saltar encima de la cama… quizá deberíamos saltar sobre la cama con ellos de vez en cuando, sería una buena terapia para olvidar nuestros problemas.
- Los niños reclaman nuestra atención continuamente: Si se la damos, fenomenal, todos contentos. Si no se la damos harán todo lo posible para conseguirla; ya sea por las buenas o por las malas. Si se portan muy, muy bien, los papás estarán súper contentos y mostrarán su alegría y aprobación con ellos, pero si mamá o papá están ocupados con el teléfono, con el ordenador o recogiendo la casa, una manera sencilla que tengo de llamar su atención es portándome mal; la respuesta es instantánea. Mamá o papá dejará de hacer lo que está haciendo y será “todo mío”- piensan muchos niños. Y así es. Creedme cuando os digo que a los niños no les importa demasiado si estamos enfadados con tal de que estemos encima de ellos.
- Los niños no tienen prisa, ni necesitan hacer muchas cosas a la vez, ni siquiera necesitan hacerlas bien. Esa perfección en ellos, no existe. Ellos hacen las cosas a su ritmo, que evidentemente no es el nuestro; hacer varias cosas al mismo tiempo es misión imposible, hacen una y de la forma en que ellos consideran que hay que hacerla aunque para ti resulte un desastre. Es su manera, es la manera de un niño. Ahí entra nuestra responsabilidad como padres en ayudarles en el proceso de recoger lo que se tira, ordenar los juguetes, no pintar en las paredes…
- Nuestros hijos nos necesitan y sus necesidades son diferentes a las nuestras. Nuestro trabajo, nuestro cansancio, nuestros problemas no los comprenden. Ellos necesitan a sus padres cerca y en exclusiva. Son niños, es normal. Necesitan sus momentos de juego con su papá, los mimos de mamá, las caricias, los besos, los abrazos, meterse en nuestra cama y acurrucarse una mañana de domingo. Son niños, no lo olvidéis. ¿Y el gustito que da que se cuelen a primera hora de un fin de semana en tu cama y te abracen con sus manos aún tan pequeñas…? Placeres sencillos que no durarán para siempre.
- Los niños no tienen un razonamiento elaborado y complejo como los adultos; son impulsivos y se mueven por emociones. La parte del cerebro encargada del juicio, del raciocinio y del autocontrol (Corteza cerebral) no la tienen aún desarrollada, por lo que en sus decisiones predomina “el cerebro inferior”- término desarrollado ampliamente por Daniel J. Siegel y que corresponde al cerebro emocional e instintivo (una parte del cerebro llamada amígdala).
En los adultos, sin embargo, predomina “el cerebro superior”: la razón sobre los instintos. Nuestra corteza frontal nos está diciendo casi continuamente cómo tenemos que comportarnos, cuando inhibirnos, y nos ayuda a tomar decisiones; también esta parte del cerebro es la encargada de la percepción personal, la empatía y la moralidad.
En los adultos el “cerebro inferior” encargado de las emociones únicamente predomina sobre “le cerebro superior” encargado de la razón, cuando nos enfadamos mucho y perdemos el control de lo que decimos (de ahí la frase: “si me enfado mucho digo cosas que en realidad no pienso”) y así es. Esto es lo que Daniel Goleman, padre de la inteligencia emocional, denominó “secuestro emocional”: el cerebro inferior toma el mando y… ¡sálvese quien pueda!
Nuestros hijos, sobre todo los más pequeños, viven en un casi continuo secuestro emocional. Sus emociones predominan sobre la razón.
- Cariño, está nevando, no puedes ponerte sandalias.
- Me da igual, me gustan y me las pongo.
Claro ejemplo de estos “secuestros” son las famosas rabietas. Os animo a leer el post que escribí hace algún tiempo. Os ayudará a llevarlas mejor.
Así que no les exijas tanto, ese “cerebro superior” se va construyendo a lo largo de toda la infancia, incluso en la adolescencia, donde de nuevo nuestros hijos pasan por momentos difíciles y de abundantes “secuestros emocionales”. No es hasta los 20 años en los que esta parte del cerebro está completamente desarrollada y predominará sobre las demás.
Por lo que no podemos pedirle a un niño de 3 años que razone determinadas cosas porque simplemente esa parte de su cerebro está aún en formación.
- Y por último no solamente son nuestros hijos los que necesitan nuestro amor incondicional, nuestro tiempo y nuestra paciencia; nosotros también les necesitamos. Nos ayudan a desarrollar nuestra empatía hacia los demás, a ser más tolerantes y comprensivos, a ser generosos y desinterasados. Nos enseñan a colorear nuestros días oscuros, a reírnos sin motivo, a volver a jugar al veo-veo. Nos recuerdan que las cosas importantes en la vida, las de verdad, son muy poquitas.
En definitiva, nuestros hijos, con su inocencia, su ingenuidad y su entrega, nos ayudan a ser mejores personas y nos animan a luchar por un mundo mejor.