Son muchas madres las que acuden a la consulta diciéndome: “Lucía, mi hijo se preocupa demasiado de las cosas”, “tiene muchos miedos”, “se agobia con facilidad”. Y es que a pesar de ser pequeños, sus pensamientos pueden ser muy complejos y elaborados.
– Con lo pequeño qué es, ¿cómo puede pensar estas cosas?- os repetís una y otra vez.
Así es. Hay adultos conformistas, optimistas, con una gran capacidad de adaptación y superación de adversidades, lo que se denomina “resiliencia”. También los hay con importantes dificultades para salir adelante y superar miedos. Son personas que intentan mantenerse a flote en un océano de dudas y preocupaciones.
Con los niños ocurre lo mismo. Hay niños que desde muy pronto sabemos que no tendrán problemas en la vida y si los tienen, los afrontarán con fortaleza y valentía; son niños “echados para adelante” como solemos decir.
Hay otros, sin embargo, que las pequeñas preocupaciones ensombrecen sus días. Días que se suponen han de ser de juego y diversión. ¿Qué preocupaciones puede tener un niño de 7 años? – os podéis preguntar.
Pues muchas, creedme. Muchísimas. Tantas que en ocasiones pueden alterar sus relaciones personales con sus padres, con sus amigos o con su profesor del colegio.
Son niños que pasan buena parte del tiempo quejándose o contándonos todas las preocupaciones que ocupan sus pensamientos.
Estamos todos de acuerdo en que debemos escuchar a nuestros hijos e intentar ayudarles a resolver sus conflictos, pero cuando lo que les preocupa empieza a ser un problema porque son cosas que no justifican sus temores, debemos cambiar de estrategia.
Os propongo un plan. Lo leí hace tiempo y decidí probarlo. Desde entonces lo he integrado en mí día a día.
En mi casa tenemos “la hora de las preocupaciones”. ¿En qué consiste?
- Cariño, vamos a imaginar mentalmente una caja grande, de madera, con una cerradura y una gran llave que la abre y la cierra. ¿La puedes ver en tu cabeza?
A los niños les encantan los juegos, con lo que fácilmente se imaginarán todo aquello que les estás describiendo. Deja que él también le añada algún detalle a su caja. Quizá el color, o un pegatina de su súper-héroe.
Bien, una vez imaginada le diremos:
- Esa es “la caja de las preocupaciones”. Cada vez que te venga a la cabeza una preocupación, cerrarás los ojos, abrirás con llave la caja y meterás dentro el problema. Después, cerrarás la caja con la llave. Hasta que no llegue la “hora de las preocupaciones” no podremos abrir la caja.
Hemos determinado que el único momento del día en el que podemos hablar de todo lo que les preocupa es a las seis de la tarde.
Si por la mañana mi hijo se levanta y empieza a preocuparse porque tiene que ir al colegio, porque uno de sus compañeros se mete con él, porque no se sabe del todo la poesía, porque teme que le riña la profesora…en lugar de pasar todo el desayuno diciéndole:” tranquilo todo va a salir bien”, cosa que rara vez sirve de consuelo, le digo que meta mentalmente todos esos pensamientos en la caja. Os sorprenderéis cómo son capaces de hacerlo.
Una vez abren los ojos, cambiaremos rápidamente de tema como si nada haya pasado.
De esta forma “aplazaremos” ese momento en el que a raíz de una sola preocupación son capaces de entrar en una espiral de agobio y ansiedad que desemboca frecuentemente en llanto. Les estamos enseñando a autocontrolarse.
Si le recojo del colegio y nada más verme empieza a contarme nuevamente todo lo que le preocupa, le paro en seco:
- ¿Qué hora es? Son las 5. ¡Vaya! Aún no podemos hablar de las preocupaciones. Anda, vamos a abrir la caja y meter todo eso dentro.
Cuando al fin llegan las seis de la tarde, os sentaréis en un lugar tranquilo para poder abrir tranquilamente la caja. Es asombroso pero ¿sabéis lo que ocurre cuando les decimos que abran la caja con la llave y saquen las preocupaciones?
Que no recordarán ni la mitad de ellas. Hablaréis todo el tiempo que necesite sobre todo aquello que ha sacado de la caja hasta que esta se quede vacía. Sigo asombrándome cada día al ver lo tranquilo y relajado que se queda mi hijo cuando terminamos.
Os confesaré algo más: desde que lo he puesto en práctica, yo también tengo mi propia caja. Pero esto, no se lo he dicho a mi hijo, si no, es capaz de sumar sus preocupaciones a las mías y entonces corremos el riesgo de necesitar un contenedor gigante.