Cada mañana que me toca hacer el “pase de visita” en la planta de maternidad, me encuentro con la misma situación:

Mamá recién dada a luz, dolorida, agotada, exhausta en muchos casos, peleando por una lactancia que no es tan fácil como lo habían pintado en las clases de preparación al parto y rodeada por muchas, en ocasiones muchísimas personas opinando, aconsejando, hablando… en definitiva, muchas de ellas molestando. Oye, ¿que tú decides recibir visitas y las disfrutas? ¡pues adelante! ¿Cómo no? Pero si no es ese tu sentir, ponle freno.

La última, fue hace unos días en los que sorprendí a una familia entera sobre la cama de la paciente, haciéndose una foto con el famoso palito de selfie! En el centro de la pantalla, la madre intentando sacar de sus entrañas una sonrisa que se negaba a salir. Ya habían salido bastantes cosas de su cuerpo en las últimas horas…

El recién nacido enterrado en los brazos de la única persona que en esos momentos pensaba en él, su “recién mamá”.

Mirad, soy una mujer comprensiva, tolerante y amorosa, pero cuando yo misma di a luz no pude ser más clara aun arriesgándome a ganarme alguna enemistad que nunca llegó:

  • Por favor, no vengáis a verme al hospital. Quiero disfrutar de los primeros instantes de la vida de mi hijo en la intimidad.

Y así fue: papá y mamá y los orgullosos abuelos desplazados cientos de kilómetros para compartir a nuestro lado el feliz momento. Nadie más.

¿Pero qué es eso de estar de tertulia con Telecinco de fondo durante horas y horas frente a una madre que lo único que desea es que se le quiten los dolores, que su bebé se enganche de una vez al pecho y que se pueda dar una ducha tranquilamente sin el temor casi continuo de que en cualquier instante puede aparecer alguien con un “Holaaaa! Ya estamos aquííííí”?

¿Os podéis poner por una vez en la piel de esa mujer? Las que habéis parido seguro que no os resulta nada complicado, sabéis perfectamente de lo que hablo. Y vosotros los hombres, si lo habéis vivido como padres, también os resultará sencillo.

“Parir duele. Si es una cesárea más. Generalmente la noche anterior a tu visita, no he dormido nada de nada. Además he pasado miedo. Necesito descansar. Me han dicho que es muy importante que el bebé se enganche al pecho las primeras horas; si estás delante de mí, con media docena más de personas no puedo concentrarme. Además, no me apetece exhibirme de esta manera. No sé si te has dado cuenta pero llevo un camisón ridículo, estoy prácticamente desnuda. Mi cuerpo chorrea… No paro de sudar, no paro de sangrar… Tengo ganas de ir al aseo y no encuentro el momento de ir. No quiero que veas los restos de mi parto aun en mi cama. Cada vez que el bebé logra engancharse, los famosos “entuertos” me recuerdan lo dolorosas que han sido las contracciones; ¡Dios mío! Más de lo que me habían contado. Tengo ganas de llorar. Amiga, prima, tía, vecina, te quiero mucho pero ahora no es el momento de que me cuentes tu próximo viaje ni que me des una clase magistral en crianza y apego. Ahora no. Así que, agradezco tu intención que no tu visita, pero por favor, sal de la habitación y ya te avisaré  cuando esté recuperada. No vengas a verme casa. Repito: ya te avisaré yo. Gracias. Ah, una cosa más: Cierra la puerta al salir”

Si este post te pilla tarde porque ya has hecho la visita de rigor espero que:

  • Hayas silenciado tu móvil al entrar.
  • No hayas venido con tus hijos y sobrinos a verme.
  • Hayas hecho una visita corta: no más de 15 minutos.
  • Hayas salido de la habitación con el resto de acompañantes cuando entraban los médicos o las enfermeras. Es lo que se llama: Respeto.
  • No me hayas sacado una sola foto sin mi consentimiento ni por supuesto la hayas subido a ninguna red social.
  • Te hayas lavado las manos al entrar.
  • No hayas insistido en coger al bebé a toda costa.
  • No hayas fumado justo antes de entrar a la habitación.
  • No hayas ido si estabas enfermo. Tener un catarro también es estar enfermo, sí.
  • No hayas hecho comentarios acerca de la mala cara que tengo, de la barriga que aun me queda o de lo pálida que estoy.
  • Y sobre todo, espero que no hayas juzgado el tipo de alimentación que he elegido para mi hijo.

 

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Este post forma parte de mi primer libro “Lo mejor de nuestras vidas” donde siempre os digo que cuento lo que a mí me hubiese gustado que me hubiesen contado cuando ya siendo pediatra, me convertí en madre.

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