Acabo de llegar a casa tras varios días ingresada en el hospital a pie de cama con mi hija. De nuevo he pasado esa delgada línea entre ser pediatra y ser paciente, o más bien, entre ser pediatra y ser mamá de paciente. Y hoy, con el cansancio aun propio de una situación de incertidumbre, miedo y demasiadas horas en vela sin dormir, me encantaría compartir con vosotros una pequeña y breve reflexión que os puede servir para hospitalizaciones, enfermedades y situaciones difíciles a las que indudablemente todos nos enfrentaremos en la vida: la gestión de las expectativas
Los que somos optimistas por naturaleza, en una situación personal de incertidumbre en la que la emoción y la razón se mezclan, cuando hay pequeños progresos, solemos venirnos arriba fácilmente, como quien dice.
Digamos que, presa de nuestra emoción innata ponemos el foco en todos los aspectos positivos con los que nos encontramos en ese mar de oscuridad y obviamos momentáneamente datos objetivos y reales.
Y es muy curioso darse cuenta de que, esto sólo te ocurre cuando es un tema que te toca muy de cerca. Porque cuando ese factor emocional y personal no entra en juego, porque no hablas de tu hijo, ni de tu salud, ni de la de un ser querido, mantienes tu rigurosa y sana objetividad.
Muchas veces cuando venís a mi consulta y compartís conmigo vuestros miedos y el lenguaje interno que utilizáis para hablaros a vosotras mismas os digo:
- ¿De verdad le dirías eso a tu amiga? ¿A que no? ¿A que no lo verías así si fuesa ella la que te estuviese contando esto?
- No, claro que no.
- Pues háblate como le hablarías a tu amiga.
Vuestra expresión facial cambia. Y esto muchas veces nos ocurre cuando caemos en un bucle de negatividad y nos hablamos fatal. Cuando en realidad sabes, y si no vengo yo aquí a recodártelo, que eres una madre maravillosa y que eres la mejor madre que podría tener tu hijo o tu hija.
Pues a mí en estas situaciones en las que salto del pesimismo al optimismo en un abrir y cerrar de ojos, son esas altas expectativas de que todo va a ir genial, las que a veces me hacen frenar en seco. El ferviente deseo que todo vaya bien, hace que en ocasiones me pase de frenada y la realidad me haga tirar de freno de mano con el susto y desgaste que eso conlleva.
– Todo va bien, pero hay que tener paciencia. – le dirías tú a cualquiera de tus pacientes.
– Lo sé, pero yo ya había imaginado que…
¡Stop! Gestión de expectativas. ¡Para!
Paso a paso.
Avance a avance.
Logro a logro.
“Despacito y con buena letra”, me decían a mí en el cole cuando pretendía que mis tareas escritas llevaran la misma velocidad que la que llevaba mi cerebro y me frustraba tremendamente porque quería hacerlo todo rápido y perfecto, y esto nunca era posible.
Y lidias con tus miedos y con ese fantasma de la gravedad al que tantas veces te has enfrentado con tus pacientes, pero esta vez es tu hija quien está postrada en esa cama. Pero no desfalleces, te repites una y otra vez que lo más probable con mucho es que todo vaya bien… y te lees y te revisas lo que ya has estudiado cientos de veces, pero necesitas hacerlo de nuevo y lo haces. Vaya que si lo haces. Y por eso cuando llegan buenas noticias, tu emoción te lleva al otro extremo.
¡Esto ya está hecho, mañana para casa! – te dices sonriendo.
De nuevo la realidad te recuerda que… “paso a paso, Lucía, paso a paso. Gestión de expectativas”

Pues eso. Que las expectativas hay que mantenerlas a raya manteniendo un sano equilibrio sin caer en un optimismo excesivo ni por supuesto sin dejarte llevar por un pesimismo irreal y destructivo.
Celebrar cada logro, detenerse cuando es necesario, recalcular ruta si nos perdemos y continuar. Siempre continuar…
Y en medio de este torbellino emocional, me repito una y otra vez lo que tantas veces os he dicho y escrito a vosotras:

Porque sí, incluso cuando dudamos, incluso cuando sentimos que flaqueamos, cuando nos equivocamos incluso, seguimos adelante. Siempre seguimos adelante. Y lo mejor de todo es que seguimos aprendiendo, seguimos cuidando, seguimos estando.
Justo estos días en el hospital me escribía otra mamá con “Eres una madre maravillosa” en sus manos y me decía:
“Tu libro llegó a mí en uno de los momentos más oscuros de mi maternidad. Me lo leí con lágrimas en los ojos y con cada página sentía que alguien por fin me entendía. Me abrazó el alma. Me recordó que no estoy sola. Gracias por tanto”
Ojalá estas palabras te abracen a ti también hoy.
Porque no estás sola.
Porque eres una madre maravillosa.
Porque lo haces lo mejor que puedes, y eso, querida, eso es muchísimo.

Mucho ánimo a todas.
Con todo mi amor,
Lucía.
