Altas capacidades: dar voz y luz donde más se necesita | Carta de Lucía Galán Bertrand
Ya que hace unos días fue el Día Mundial de las Altas Capacidades y es un tema que me ha golpeado de lleno, me gustaría compartir contigo una reflexión que nace de mi experiencia como pediatra y como madre.
Cuando hablamos de Altas Capacidades (AACC), son muchos los que piensan en niños y niñas con un cociente intelectual alto y que destacan en todo lo referente al terreno académico ¿verdad?
Pero la realidad es mucho más compleja y sobre todo mucho más difícil para todas estas familias.
Según la OMS, alrededor del 2% de la población tiene AACC, aunque este porcentaje puede llegar hasta el 10% según distintas fuentes. Pero es que no es solo una cuestión de inteligencia numérica o verbal; ni de una gran memoria o velocidad de procesamiento; las altas capacidades intelectuales es una forma diferente de procesar la información, la realidad; una manera única de sentir, aprender y comprender el mundo.
Es verdad que los niños y niñas con AACC suelen tener un desarrollo intelectual muy rápido, pero su desarrollo emocional no siempre va al mismo ritmo. Esto puede generarles frustración, incomprensión y, en muchas ocasiones, un gran sufrimiento.
Son niños que en algunos aspectos pueden razonar como un adulto, plantearse incluso preguntas muy profundas sobre la vida, la muerte o el universo o el sentido de la propia existencia pero que, a la vez, en ese desarrollo no tienen la madurez emocional suficiente para gestionar esas emociones tan intensas.
Además, un alto porcentaje de ellos son altamente sensibles, lo que hace que su mundo emocional sea aún más complejo y, a veces, doloroso.
Dentro de esta condición, como casi de cualquiera que se aleja de la norma, uno de los problemas a los que se enfrentan estos niños es el acoso escolar, el bullying.
Y qué duro es saber que tu hijo o tu hija es perseguido y atacado por el mero hecho de ser y de existir.
Su forma de pensar, de cuestionar, de aprender y de sentir a menudo los hace blanco de burlas y exclusión. Que si el listillo, que si el pedante, que si el de las preguntitas, que si el de los gustos raros, que si el intensito, el dramático, el raro…
A todo esto, se suma que en demasiadas ocasiones no encajan en el sistema educativo, y un porcentaje importante de ellos terminan con fracaso escolar, a pesar de su potencial. ¿No os parece terrible?
Y es aquí donde entramos nosotros, los adultos que los rodeamos: padres, madres, docentes, profesores, educadores, pediatras… Necesitamos conocer, informarnos y comprender qué significa realmente tener altas capacidades para poder acompañarlos de la mejor manera posible.
No basta con decir “qué suerte, es muy inteligente” o “ya se adaptará”. Estas familias y estos niños y niñas necesitan que los entendamos, que les demos el espacio que requieren, que respetemos su forma de ser y de sentir, y, sobre todo, que les brindemos la compasión y el apoyo que necesitan para florecer en un mundo que, muchas veces, no está diseñado para ellos.
Es por eso que sentí la necesidad de escribir sobre ello en Los virus no entran por los pies derribando toda la cantidad de mitos y tonterías que he tenido que escuchar toda mi vida y de paso dar voz a estas familias.
Dar luz donde muchas veces hay sombras, para que nadie tenga que recorrer este camino en soledad.
Cuando por fin uno comprende en qué consiste esta condición, cuando conectas profunda y sentidamente con estos niños y niñas, cuando eres capaz de ver el mundo a través de sus ojos, es entonces cuando descubres lo maravillosos y genuinos que son y la suerte tan inmensa que tiene las personas que viven a su alrededor.
Y si algo tengo claro es que estos niños y adolescentes necesitan ser vistos y comprendidos, necesitan ser acompañados con respeto y amor. Y eso, queridos todos, empieza por nosotros.
Gracias a todos.
Con todo mi amor,
Lucía Galán Bertrand ❣️
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